Con Los Mismos Colores: La Seleccion Argentina de Futbol, Otro Elemento de Intergracion Nacional (1902-1930)

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(Los equipos) “compuestos de ingleses o hijos de ingleses nunca quieren ser considerados otra cosa que británicos. Pero en la cosa que más aman, que es el sport (sic), toman nacionalidades de uruguayos y argentinos” (Pedro Varela, presidente uruguayo, abril de 1868, antes de un partido de cricket entre británicos “uruguayos y argentinos”)1.


“Patria es la selección nacional de fútbol” (Albert Camus)2

Cuando el equipo nacional argentino de fútbol le ganó a los sudafricanos en Buenos Aires en 1906, el diario The Standard –de la comunidad británica- saludó la victoria como el nacimiento de “una nueva era” para la República, sin aclarar si se refería sólo a lo deportivo. La revista El Gráfico señaló en 1923 que el fútbol sería fundamental en Argentina porque permitiría a la Nación expresarse a sí misma a través de un equipo “nacional” (Archetti, 1995, 2003: 95). ¿Qué es lo que ponen de manifiesto ambos comentarios periodísticos? Algunas respuestas se intentarán en este trabajo que pretende profundizar cómo se dio el proceso de argentinización en los equipos de fútbol y en la selección nacional en particular en un tiempo en que, simultáneamente, se producía una mayor complejización social.

En la heterogénea sociedad argentina de principios de siglo XX, la selección nacional de fútbol fue un elemento de cohesión, superador de los márgenes de la identificación parcial que suponían los clubes. Fue una identificación distinta, que sirvió tanto a los hijos de los inmigrantes para vincularse con lo nacional como a quienes buscaron contener el conflicto social, sin necesidad de aplicar políticas específicas. Les bastó con no perder la dirección federativa de un deporte que ya era masivo y popular. La prédica periodística fue otro punto de apoyo. El Estado acompañó ese proceso aunque el fútbol nunca dejó de ser una actividad privada con porosos límites entre lo público y lo privado.

Los clubes coadyuvaron a la expansión del fútbol, que dejó de ser sólo un pasatiempo de los britishers al entrar en contacto con capas sociales más bajas. Sin embargo, la heterogeneidad y complejización sociales permanecieron presentes y expuestas. La selección nacional sirvió para unir y horizontalizar el juego en sí y el sentimiento de pertenencia nacional de quienes lo practicaban y también de sus espectadores. Ofreció un motivo de identificación.

A nuestro juicio, la integración de los elencos de la selección nacional de fútbol es representativa de los cambios sociales que se registraron en ese tiempo, de allí que reflejara las transformaciones sociales y la argentinización de la sociedad otrora aluvional.

El proceso de argentinización de la selección nacional de fútbol evidenció los cambios demográficos y la abundancia de personal reclutable, mientras la práctica deportiva se ampliaba en el marco de la sociedad de masas y pronto fue alcanzada por la confrontación entre representativos de países. El equipo nacional de fútbol se enfrentó a sus vecinos uruguayos y posteriormente a los de otros países limítrofes.

Según nuestro entender el campo futbolístico primero se autonomizó de los sectores relacionados con el origen del juego y después se profesionalizó, siguiendo tardíamente una trayectoria similar a la que ya venía afectando a otros campos sociales desde fines del siglo XIX. La línea divisoria existente entre aquel considerado un verdadero sportman y el que no lo era se diluyó. Los valores formativos amateurs del inicio se volvieron difusos y quedaron superados cuando la práctica se hizo rentada, primero de modo tímido y encubierto y luego de forma plena.

A medida que el fútbol se transformaba de un deporte de elites en otro de masas, la base de reclutamiento del seleccionado se amplió porque creció el número de jugadores en condiciones de ser designados y porque aumentó el número de ciudades y/o regiones de las que era posible escoger a los integrantes de los elencos seleccionados, con la dinámica de un deporte que se hacía profesional y daba a los jugadores chances de progreso económico y ascenso social.

Toda una simbología acompañó el proceso descripto: los colores nacionales fueron fundamentales en la construcción de identidad. La vinculación entre el equipo seleccionado y lo nacional, siempre presente como las ideas de Patria y Nación, se potenció cuando (al menos desde 1908) se modificó la inicial camiseta celeste y se la reemplazó por una celeste y blanca, como los colores de la bandera. Nunca se perdió de vista, ni en los comentarios periodísticos ni en los criterios de selección de los jugadores por parte de las comisiones formadas a tal fin, que esos jugadores seleccionados eran “jóvenes que defenderían a la República”, lo que ya se escribía en los diarios de 1902.

Los torneos internacionales aglutinaron a los distintos países en torno a sentimientos nacionales similares pero no comunes (el argentino no es igual al uruguayo o al brasileño y viceversa). El fútbol marcó lealtades con lo propio y distancia con “el otro”, dos cuestiones fundamentales en la construcción identitaria, pero también y al calor de la narrativa periodística, se clarificó un estilo argentino de jugar al fútbol, que contribuyó a alimentar la identidad nacional. Al exaltar la prensa un estilo “nuestro” se le dio al juego, y a la selección nacional en particular, una identidad que se correspondía con otras modificaciones operadas en la sociedad. En conjunto, para los años ’30 se hablaba de un panteón de héroes y gestas históricas propias del juego, pasibles de ser veneradas y respetadas.


ALGUNAS PRECISIONES SOBRE LA SELECCIÓN NACIONAL ARGENTINA DE FÚTBOL

El fútbol, como otros deportes durante el siglo XIX, fue una creación de la clase media acomodada británica, que buscó imponer a los establecidos deportes aristocráticos sus propias prácticas y métodos mientras tomó de aquellos determinados valores, uno de ellos el amateurismo. El fútbol, nacido en las public schools, primero se masificó en Gran Bretaña y se hizo profesional cuando fue captado por la clase obrera. Al mismo tiempo se difundió por el mundo, a través de cientos de agentes comerciales británicos. Estos llevaron consigo el juego y, además, transmitieron los valores ingleses aplicados a los deportes, sobre todo la idea del fair play

A la Argentina, el fútbol llegó durante la formación del Estado/Nación y se propagó con rapidez en los tiempos de la inmigración masiva. Esa “marea humana” necesitaba ser disciplinada y también argentinizada. Los deportes y el fútbol, que se había vuelto popular y era practicado por cientos de hijos de inmigrantes, fueron algunos de los vehículos que aun sin formar parte de una política de Estado definida, sirvieron para encauzar la “cuestión social” que desafiaba la paz en tiempos de crecimiento económico sin distribución del ingreso. Los deportes aportaron un elemento de esparcimiento y cohesión para la sociedad argentina de principios de siglo XX. Fueron una herramienta lúdica y hasta de disciplinamiento por satisfacción, al alcance de las elites dirigentes y también más tarde de los sectores populares, casi tan importante como la educación o las políticas higienistas.

En 1902 se conformó la selección nacional argentina de fútbol, la primera de cualquier práctica deportiva en el país de la que se ha obtenido registro. Apenas veinte días antes que Argentina le ganara 6 a 0 a Uruguay en Montevideo el 20 de julio de 1902, la asociación argentina de fútbol –que entonces se llamaba Argentine Association Football League (AAFL)- había obtenido su afiliación a la Football Association (FA) inglesa. Fue el primer partido internacional de selecciones de fútbol fuera de las Islas británicas respetando las recomendaciones vigentes en el Reino Unido, donde en 1895 el International Board (IB) había establecido el lugar de nacimiento como requisito básico para representar a un país (Moorhouse apud Mangan, 1995).

¿Qué significa seleccionar en términos aplicados al fútbol? La respuesta básica es: elegir, distinguir, preferir. En el plano deportivo la selección es el equipo que se forma con jugadores escogidos de diferentes clubes, distinguidos o preferidos a otros por motivos específicos, para disputar un encuentro o intervenir en una competencia generalmente de carácter internacional. En el periodo que estudiamos, la selección nacional de fútbol fue entendida como un equipo cuyos integrantes eran elegidos (“seleccionados”) para representar a nuestro país por diversas características, entre las cuales primero fue importante el ámbito de sociabilidad primaria –descendientes de británicos y poseedores de atributos de distinción social- y luego el talento y la capacidad pasó a ser el elemento principal para ser elegidos. A lo largo de este trabajo, entonces, empleamos la palabra selección tanto para la acción de escoger a los integrantes de un equipo (el “seleccionado”) o como sinónimo de equipo nacional.

Las lógicas de selección de los elencos de jugadores para el equipo nacional variaron porque la práctica del fútbol se fue modificando. Además de los requisitos vinculados con el lugar de nacimiento –que se han mantenido casi sin cambios hasta nuestros días- al principio se trataba de ser parte del círculo británico, introductor del juego; luego se le agregó una condición fundamental: tener condiciones para jugar. Es decir, para que un futbolista fuera elegido para la selección, de la inicial pertenencia a un círculo preciso y restringido, con rasgos de sociabilidad específicos, se pasó a la necesidad de disponer de ciertas capacidades, destreza o talento lúdico.

Como queda dicho, el haber nacido en territorio argentino (con algunas excepciones3) siempre fue uno de los requisitos para jugar en la selección de fútbol. Nos proponemos abordar la cuestión de la identidad desde diferentes ángulos. Desde que en 1902 se conformó una selección nacional de fútbol, simultáneamente se produjeron otros dos fenómenos.

Primero, la utilización de los colores de la bandera en la camiseta del equipo argentino reforzó el sentido de pertenencia nacional, sobre todo de los hijos de inmigrantes, lo que servía para manifestarse distintos de “otros” equipos nacionales, los de los países vecinos.

Y segundo, el surgimiento -gestado en buena medida desde un sector de la prensa- de un estilo propio de jugar al fútbol, un estilo “argentino” que se trasladó a los equipos representativos nacionales cuando estos competían contra esos otros de los que se buscaba la diferenciación. La simbología, la representación y la consiguiente alteridad hicieron a una identidad futbolística definida, nacional. La selección nacional de fútbol encarnó, sobre todo en determinados acontecimientos, a “la Nación” o como se ha sugerido para el caso brasileño, “una expresión de representaciones, frecuentemente contradictorias, sobre la Nación” (Franzini, 2000: 2).

Hacia 1930, en los albores del profesionalismo en el fútbol, asumido como tal, aquellos que eran llamados a jugar en la selección argentina de fútbol, ya no eran únicamente los entusiastas jóvenes de 1902, cuando se formó el primer equipo nacional, descendientes de británicos, representantes de sectores comerciales, económicos y cercanos a la toma de decisiones políticas de principios de siglo. El incremento de clubes, jugadores, competiciones y espectadores atravesó todas las clases sociales y grupos étnicos. Los buenos jugadores de fútbol provenían –cada vez más- de sectores menos favorecidos que en los comienzos de la práctica de este deporte, y reconocían sus orígenes en los colectivos de inmigrantes con más presencia en Argentina: italianos y españoles pero también en otros, no exclusivamente en ellos.

La selección nacional de fútbol produjo un sentimiento de unidad, cohesión y pertenencia distinto al de los clubes. Por otro la pasión por el juego, un elemento que el fútbol despertó no sólo entre los que lo practicaban sino también entre los aficionados, que alentaban a los equipos (y la propia selección) con los cuales se identificaban porque se sentían representados por ellos, tuvo efectos secundarios como las manifestaciones muy marcadas de violencia.

En un primer momento la mayoría de los partidos internacionales se dieron entre países próximos geográficamente. Competiciones como los Juegos Olímpicos y posteriormente los campeonatos mundiales favorecerían los partidos entre selecciones de naciones no limítrofes, los que de otro modo eran dificultosos por los largos desplazamientos y los gastos que se originaban. Por ejemplo, Argentina jugó por primera vez en Europa recién en 1928, cuando en camino hacia los Juegos Olímpicos de Ámsterdam, rivalizó en Lisboa con Portugal4.

A comienzos del siglo XX, el término selección de fútbol no se empleaba ni en las crónicas periodísticas ni en las decisiones federativas para referirse puntualmente al equipo nacional. Existía una comisión (integrada por dirigentes de la asociación, árbitros, allegados y hasta jugadores en actividad), que elegía a “nuestros representantes”, “el team de la Liga”, “team de los mejores”, “los cuadros representativos”, el “team de los combinados”5 o “team que representa a la asociación”, etc. Recién en 1916 se lo denominó “el cuadro seleccionado”6. En todos los casos, una comisión formada por dirigentes federativos, árbitros, allegados y hasta jugadores en actividad (todos designados especialmente; los roles solían mezclarse) se reunía para seleccionar a los argentinos que jugarían los partidos internacionales, lo que motivaba la crítica periodística que apreciaba cierta “preferencia” para determinados jugadores en el momento de las designaciones:

“…el favoritismo que se observa al elegir los jugadores para un match internacional (demuestra) la indiferencia de la Asociación Argentina en un asunto de tan sumo interés para nuestro amor propio (…) los elegidos son los mismos de siempre o con poca variación”7

La “selección” pasó a ser sinónimo de equipo nacional desde entonces.

El partido de julio de 1902 tuvo una entidad e importancia diferentes a la de cualquier otro disputado hasta entonces. Sus promotores fueron, como era costumbre entonces, caracterizados miembros de la comunidad británica y reconocidos deportistas pero esa vez en su organización intervinieron drigentes que pertenecían a la asociación argentina que “seleccionó” a los jugadores de acuerdo con las recomendaciones del International Board. Por otro lado, la prensa de la época le dio una gran difusión.

Entre el 15 y el 22 de julio de 1902, varios diarios porteños (El País, El Diario, La Nación, La Prensa, The Standard y Buenos Aires Herald) dedicaron un buen espacio al anuncio del duelo futbolístico y posteriormente a comentar lo que habia ocurrido: se trataba, según El Diario, del

"primer match internacional de football del continente sudamericano, es un acontecimiento sportivo, que merece señalarse (…) La función (sic) que se propone celebrar este año será extraordinaria, en vistas del interés que despierta en el país un juego que, según los directivos de la Liga, que han trabajado durante los últimos años, será el sport favorito de los jóvenes en la República Argentina. La función de es(t)e año tendrá mayor brillo, debido a la fundación de la Copa de Campeonato del Río de la Plata, cuya primera partida (sic) de football se jugará en Montevideo, entre dos teams representando a las dos repúblicas. Cada team se compone de once jugadores y es obligatorio que cada jugador sea nativo de la República que representa"8.


Las expectativas generadas por el partido provocaron algunos comentarios con proyecciones vinculadas con teorías eugenésicas, de mejoramiento de la raza, por entonces en boga. Por ejemplo, Mr. Pratt, secretario de la Liga Uruguaya dijo en el lunch previo al partido jugado en Montevideo, que el fútbol era heredero de las causas patricias que ambos pueblos habían “abrazado en 1810” y a través del fútbol

“una generación fuerte y robusta vendrá á substituir (sic) á las generaciones débiles y endémicas absorbidas por los vicios (y) la sociedad platense se habrá convertido en una raza vigorosa, ejemplo digno del atleta espartano”9

En el Río de la Plata, poco después del partido de 1902, las ligas o asociaciones argentina y uruguaya pusieron en disputa varias copas a través de sus representativos “nacionales” con el objeto de mantener y promover la actividad, a imagen y semejanza de las entidades británicas, que lo hacían desde algunos años antes. Por ejemplo, las copas Lipton y Newton10 se jugaron casi todos los años desde 1905 y 1906 respectivamente. En aquellos juegos

“los emblemas de la patria de San Martín y la de Artigas viéronse reflejados en dos brillantes cuadros dando la prueba evidente (…) del sentimiento patrio (…)”11

Durante el periodo del presente estudio, la mayor rivalidad futbolística de Argentina fue contra Uruguay12: de un total de 161 partidos internacionales entre 1902 y 1930 Argentina jugó 98 frente a Uruguay, lo que nos permite denominarla aquí como una “internacionalidad limitada”, teniendo en cuenta los desplazamientos cortos y que los adversarios eran de países vecinos, pero internacionalidad al fin13. Sólo varias décadas más adelante el principal adversario futbolístico pasó a ser Brasil y recién en la segunda mitad del siglo se volvieron cada vez más frecuentes los partidos ante equipos nacionales europeos o extrasudamericanos.

A principios del siglo XX y a medida que se avanzó en esa primera década, existía ya una nueva generación de jóvenes educados en la Argentina, que se percibían dentro de un contexto “nacional”, diferente al de su padres. En ese marco, la expansión del fútbol proporcionó lo que Hobsbawm define como “nuevas expresiones de nacionalismo por medio de la elección o la invención de deportes específicos de una nacionalidad (lo que) era la demostración concreta de los vínculos que unían a todos los habitantes del Estado nacional, con independencia de las diferencias locales y regionales” (2002 [1983]: 311-312).

En sus primeros partidos, las selecciones argentinas de fútbol fueron integradas por jugadores argentinos nativos, prioritariamente de origen británico, los que representaban a los clubes de grupos sociales mejor acomodados formados en el último cuarto del siglo XIX. En 1902 las condiciones básicas para jugar y/o representar a la asociación futbolística eran formar parte de un club y ser argentino de nacimiento o tener carta de ciudadanía pero sin duda era importante la pertenencia al ámbito de sociabilidad británico. Los seleccionados eran reclutados de una base de no más de 150 footballers en actividad ya que sólo había 5 clubes en el torneo principal y una comisión federativa escogía a los elegidos para jugar en la selección, respetando las premisas señaladas anteriormente.

Las actuaciones que tenían los jugadores seleccionados produjeron un triple efecto en los jóvenes aficionados al fútbol en su enorme mayoría descendientes de inmigrantes, los mismos a los que el Estado quería “argentinizar”. Por un lado, la voluntad de emulación (jugar como las figuras del momento, como por ejemplo Jorge Brown14). Por otro, el afán de fundar nuevos clubes, ya de otro origen social, en el marco del intenso movimiento asociativo de la época en el cual “el fenómeno del fútbol (…) se expandió espontáneamente a límites que ni sus propios propulsores o los de los clubes pudieron imaginar” (Sabato, 2002: 160). La popularización del fútbol provocó, además, un constante crecimiento de la cantidad de espectadores y un mayor espacio en la prensa diaria. Poco a poco, el juego fue convirtiéndose en un deporte de masas.

Con el paso de los años, la base inicial de reclutamiento de jugadores para la selección nacional se amplió no sólo como consecuencia del crecimiento demográfico sino también porque hubo más clubes intervinientes en los campeonatos y una creciente participación de jugadores santafecinos -especialmente rosarinos- y más adelante de otras provincias como Córdoba o Mendoza, la mayoría hijos de inmigrantes no británicos. Para los años ’20 las habilidades personales de los jugadores seleccionados, la capacidad y el talento para jugar al fútbol prevalecerían en el momento en que los dirigentes federativos elegían a los que formarían parte del equipo nacional. Pero los requisitos mínimos eran los mismos que en 1902: pertenecer a un club afiliado a una asociación reconocida y ser argentino de nacimiento o tener carta de ciudadanía. 

La composición de los elencos de la selección nacional de fútbol se modificó al compás de los cambios que se registraban en los clubes y en la población en general, con un aditamento que no escapó a la atención de las capas dirigentes: su característica de “equipo nacional” permitió cada vez más la diferenciación con el extranjero (el “otro” no nacional) y potenció, simultáneamente, el afianzamiento de lazos internos (“nacionales”).

El fútbol comenzó a ser incluído en celebraciones patrióticas, al estilo de lo que acontecía con la gimnasia en Alemania en el siglo XIX (Mosse, 2007), como fue el caso del torneo del Centenario de la Revolución de Mayo en 1910. Por otro lado, en 1914 el ex Presidente Julio A. Roca donó la copa con su nombre para ser disputada por los equipos nacionales de Argentina y Brasil. Las ya mencionadas copas Lipton y Newton tuvieron mayor trascendencia hasta que se organizó el Sudamericano para la época del Centenario de la Independencia en 1916 y luego la Copa América. A partir de allí, el interés de las federaciones, la prensa y los aficionados se corrió lentamente.

En todas esas competencias el que jugaba en representación de Argentina era más que “un” equipo de fútbol, era “el” equipo nacional de fútbol cuya integración mostraba los cambios operados en la sociedad.


UTILIZACIÓN DE LA SIMBOLOGÍA NACIONAL Y DEL “ESTILO ARGENTINO” DE JUGAR AL FÚTBOL

En 1949 se estrenó la película argentina “Con los mismos colores”, dirigida por Carlos Torres Ríos y con libro del periodista uruguayo de la revista El Gráfico, Ricardo Lorenzo Borocotó, cuya actriz principal era Nelly Daren. El film contaba con la presencia estelar de tres estrellas futbolísticas del momento: Mario Boyé (entonces jugador de Boca Juniors), Norberto Méndez (Huracán y poco después Racing Club) y Alfredo Di Stéfano (River, a punto de viajar a Colombia para integrar el plantel de Millonarios).

El argumento era sencillo pero –en pleno apogeo del llamado “primer peronismo”15- muy expresivo en cuanto a establecer una implícita relación deporte (fútbol) – patria. La historia comenzaba con Boyé, Méndez y Di Stéfano como pibes jugando juntos en los potreros (Archetti, 1995)16. Al crecer, ninguno de los tres abandona su pasión por el fútbol, pero toman caminos “profesionales” distintos y vuelven a reunirse en la selección argentina, donde juegan como cuando eran pibes en los potreros.

Bronislaw Baczko dice que “a lo largo de la historia, las sociedades se entregan a una invención permanente de sus propias representaciones globales, otras tantas ideas-imágenes a través de las cuales se dan una identidad, perciben sus divisiones, legitiman su poder o elaboran modelos formadores para sus ciudadanos” Agrega que así como los Estados-Nación no pudieron prescindir de los signos simbólicos (banderas, escarapelas o himnos nacionales) también necesitaron esos símbolos u otros los movimientos políticos y sociales que acompañaron el proceso de su conformación y consolidación, como una manera de fijar su propia identidad (1991 [1984]: 8). ¿Qué papel tuvo en la generación de ese “imaginario social”, el color y formato de las camiseta de la selección argentina de fútbol entendida ésta como una de las tantas representaciones de la realidad social en la que emergió?.

“El color es un símbolo de poder y orden social. Los colores se usan como distintivos o emblemas partidistas e ideológicos y crean una similitud hacia el interior de los grupos que comparten una determinada identidad social o cultural” (Sánchez Ortiz apud Valdez Zepeda, Huerta Franco y Díaz González, 2012). También nacional, agregamos nosotros, de allí la importancia de la identificación del equipo nacional de fútbol con unos colores específicos, de modo similar a lo que sucede con los equipos de varios clubes.

El primer uniforme internacional de Argentina, utilizado en el partido de 1902, fue donado por Francis Chevallier Boutell17. "El conjunto argentino estrenó para ese encuentro la primera vestimenta internacional: camiseta celeste, pantalón blanco y medias negras, que años más tarde fue cambiada por la actual"18. ¿Cuándo ocurrió ese cambio hacia la ahora clásica camiseta a listones verticales celestes y blancos, de inconfundible ligazón con los colores de la bandera? En octubre de 1907 en el partido por la Copa Newton, el séptimo de la cronología, la camiseta seguía siendo celeste.

El primer registro fotográfico con la casaca albiceleste que se conoce es del noveno juego en septiembre de 1908, también por la Newton. Queda la duda de cuál fue el uniforme utilizado en el octavo partido, por la Copa Lipton, en agosto de 190819.

La vinculación bandera nacional – colores de la camiseta del equipo nacional de fútbol, tan presente en el caso argentino y que parece de sentido común, algo “natural”, entra en tensión si ampliamos la mirada a otras selecciones sudamericanas y también europeas, lo cual nos interpela sobre la fortaleza y debilidad de algunos símbolos.

Por ejemplo, las primeras camisetas de la selección italiana –formada en 1910- fueron blancas, hasta que posteriormente se adoptó el azul que identificaba a la Casa Real de Savoia (de allí lo de squadra azzurra aún vigente), aunque ese color no está presente en la bandera italiana. Como tampoco el naranja que viste la selección holandesa –y que tiene que ver con la Casa de Orange dinastía que reina todavía hoy- está en la bandera de los Países Bajos. Si bien el blanco y vivos negros de la camiseta principal de Alemania son los colores de la bandera del antiguo estado de Prusia, ninguno de los dos está en la bandera germana actual, ni tampoco el verde de la camiseta alternativa. Y para no ahondar en más detalles que no hacen al objetivo principal de este artículo, sólo agregaremos que Brasil utilizó hasta después del Maracanazo en 1950 una camiseta blanca, que luego de su derrota en la final del Mundial de ese año ante Uruguay trocó (ya que se pensaba que traía mala suerte) por la amarilla que hoy lo identifica y que sí encontramos en su bandera.

Lo cierto es que cuando en Argentina se eligió utilizar para la selección nacional una camiseta celeste y blanca como los colores de la bandera se dio un paso más en el proceso de homogeneización que ya estaba en marcha. ¿Qué mejor que identificar bandera nacional con equipo nacional de fútbol, sobre todo para los hijos de inmigrantes, muchos de los cuales comenzaban a incorporarse a la práctica futbolística?

Los colores de la bandera dotaron a la selección de fútbol de una identificación nacional y también, simultáneamente, se dio la definitiva apropiación del fútbol por parte de los sectores populares, algunos hasta marginales, a través de un estilo propio, que en los años siguientes ganó el respaldo de la influyente prensa gráfica y pasó a ser denominado “la nuestra”, el modo argentino de jugar al fútbol. Archetti (1984) postuló que la oposición principal entre el estilo "criollo" de jugar al fútbol, practicado por los hijos de inmigrantes no británicos (elegante e improvisado) y el "británico", jugado por los descendientes de los inmigrantes británicos (más fuerte y disciplinado) reflejaba virtudes masculinas enfrentadas y valores culturales y educativos diferentes.

La prensa de la época puso en valor el estilo argentino de jugar al fútbol, distinto al de otros países. Su rasgo principal era (es) la gambeta. Su lugar de gestación no podía ser otro que el “potrero”, aquellos espacios baldíos de las grandes urbes, sobre todo de la porteña, y su protagonista principal el “pibe”, no tan distinguido como los pioneros británicos, pero desenfadado, pícaro, hábil, “argentino” (Archetti, 1995; 2003; 2008; Gil, 2005).

La gambeta, en fútbol, consiste en trasladar la pelota con los pies, amagar que se irá para un lado pero salir para otro y así engañar al adversario, que generalmente queda desairado. En inglés se utiliza el término dribbling. En fútbol –y en otros deportes- este tipo de engaños están permitidos, no son mal vistos. Los que poseen la capacidad distintiva de gambetear son portadores de una habilidad y forma creativa que se les elogia. Los pioneers del football desconfiaban del modelo acriollizado en el que la habilidad se consideraba una virtud y donde se ensalzaba el personalismo individualista por encima de la solidaridad colectiva. Del mismo modo, el modelo británico era rechazado por quienes lo veían (por ejemplo Borocotó) como un obstáculo para el desarrollo de la creatividad, aunque se cuidaban los modos para no herir las tradiciones.  

El exfutbolista Jorge Brown21 en un reportaje concedido al diario La Nación en 1924 entendió que la síntesis del estilo del fútbol argentino debía ser “la virtud latina más la técnica británica”. Su mirada contrastaba con la narrativa periodística del momento, que hacía prevalecer aquella sobre ésta.

Borocotó (años más tarde guionista de la película “Con los mismos colores”) escribió en la revista El Gráfico en 1928 que el fútbol argentino tuvo dos etapas fundacionales. La primera, definida como británica, según él se prolongó entre 1890 y 1911; por entonces, el estilo de juego que se practicaba era más sólido pero monótono, “industrial”. En la segunda, la criolla, desde 1911 en adelante, nutrido por hijos de inmigrantes italianos y españoles, se desarrolló el estilo local, más creativo y vistoso, “artesanal” (Archetti, 1995). 

Hacia principios de la década de 1910 se había producido, efectivamente, el primer gran quiebre de estilos dentro del fútbol argentino, ya que terminaba el ciclo de dominación del famoso Alumni (surgido en la Buenos Aires English High School dirigida por el maestro de escuela escocés Alexander Watson Hutton, introductor del fútbol en la Argentina) y el modelo británico -con posiciones más estáticas y largos pases para cubrir las distancias entre un jugador y otro- daba paso al modelo “criollo” -que privilegió las formaciones más móviles, la habilidad individual, la astucia y las combinaciones cortas- (Archetti, 1995), del que el primer estandarte fue el Racing Club, del suburbio protoindustrial de Avellaneda, que sucedió a Alumni en el lugar predominante entre los clubes argentinos.

En lo que respecta a los orígenes étnicos de la selección nacional, como hemos pretendido dar cuenta empíricamente, la ruptura se produjo simultáneamente. Es clara la creciente sustitución de los apellidos británicos por otros de origen diverso que evidenciaban un cambio sociodemográfico sustancial e indetenible. En el fútbol, la identidad nacional pertenecería “a los hijos de los inmigrantes” no británicos (Archetti, 2003: 105-108). El estilo futbolístico argentino encerraba detalles identitarios con los cuales los argentinos nativos –y entre ellos, por supuesto, también los hijos de inmigrantes- comenzaron a (auto)representarse. Jugar al fútbol “a la argentina”, fue concebido como algo “natural”.

Por otro lado, la prensa siempre acicateó la vinculación Patria-Nación-fútbol-equipo nacional. La narrativa periodística se encargó en las décadas siguientes al primer partido de la selección de edificar en tono epopéyico el origen del fútbol argentino. Lo hizo coincidir con la notoria criollización de los elencos futbolísticos en general y del equipo nacional en particular, al tiempo que se profundizaba la relación espectador – jugador22.


EL NACIONALISMO DEPORTIVO: DE LA SOCIABILIDAD A LAS PRÁCTICAS VIOLENTAS

En los años iniciales del siglo XX se pensaba que en las prácticas deportivas un caballero no debía cometer faltas porque eran innecesarias y ofensivas. Hemos dicho que el modelo británico deportivo se exteriorizaba en el fair play¸ que a principios del siglo pasado representaba Alumni, al que admiraba la juventud apasionada por el fútbol. Contradictoriamente también se gestó una tensión y rivalidad con ese modelo. Los mitos de nacionalidad y origen del fútbol argentino (Alabarces, Di Giano y Frydenberg, 1998) se cruzaron en un espacio nuevo y la selección nacional fue uno de los modos de mostrárselo al “otro” no nacional, pero también al nacional, en un escenario nuevo no exento de manifestaciones violentas.

A fines de la década del ’20 el fútbol había pasado de ser el deporte de un sector restringido a un deporte de masas y había perdido aquellas características. Era una manifestación social donde, como en otros ámbitos –por ejemplo, el político- se ponían en evidencia procesos más amplios (aperturas y límites, necesidad de organización) en los que también la violencia estaba presente.

Para Tamburrini (2011) el nacionalismo deportivo promueve el nacionalismo político, en la forma de un chauvinismo con manifestaciones de violencia física, verbal o simbólica. Agrega que la mezcla de deportes y nacionalismo alumbra fenómenos negativos lo que provoca que se exalten determinados símbolos como la bandera, los himnos, los Estados-Nación y, por añadidura, los equipos deportivos nacionales como los de fútbol. De todos modos conviene señalar, como nos marca Archetti (1984), que el deporte también promueve relatos de ejemplaridad y moralidad.

A medida que el fútbol fue apropiado por los sectores populares, también se modificaron las manifestaciones de sociabilidad que rodeaban a un juego que se convertía en deporte de masas.

El fútbol despertaba rechazos en determinados grupos de las elites políticas por considerar que reunía características violentas o barriobajeras, alejadas del espíritu del verdadero sportman. Cuando el equipo inglés Southampton visitó el Río de la Plata en 1904, los huéspedes fueron tratados con particular deferencia y no sólo por la comunidad británica: recorrieron estancias y frigoríficos; viajaron en trenes que corrían especialmente para ellos; visitaron la zona del Tigre o Palermo; entre partido y partido de fútbol practicaron otras actividades físicas al aire libre como jugar cricket en Hurlingham, una zona residencial fundamentalmente británica; fueron a recepciones y conciertos, asistieron a veladas distinguidas de la sociedad porteña, la que a su vez se sentía orgullosa de corresponder de ese modo a los representantes de Su Majestad.

“Vimos ayer, entre otras, a las familias de Casares, Roca, Pérez Unzué, Alvear, Peers, Tezanos Pinto, Green, Guerrico, Bunge, Vedoya, Cazón, De Bary, Márquez, De Marchi, Gutiérrez, Zorraquín, Videla, Luro, Escalada, Madero, Martínez de Hoz, Salas, Chevalier (sic) Boutell, Mackkintosh, Leslie, Duggan, Brown, Buchanan, Mulhall, Webster (…) etc”23.

A la recepción oficial que se brindó a los visitantes del Southampton, en 1904, los invitados debían asistir de etiqueta pero, curiosamente, los propios jugadores ingleses concurrieron con trajes de calle y se los ubicó en una mesa aparte, separados de sus anfitriones, estos de riguroso frac (Chaponick, 1955: 66-67). El presidente Roca en persona concurrió a ver el partido.

Años más tarde, durante el primer gobierno radical de Hipólito Yrigoyen (1916-1922), la prensa porteña, incluída la de habla inglesa, llamaba la atención sobre la violencia que observaba en el fútbol de parte de los espectadores hacia los protagonistas del espectáculo –árbitros, jugadores-, de estos hacia los aficionados y de estos entre sí. Parecían lejanos los tiempos en los que “en los fields (sic) se servía el té y se ofrecía torta” (Escobar Bavio, 1953).

Ese clima más violento –con más o menos control policial, según las épocas- terminó por llegar a los partidos internacionales de la selección, los que en un principio terminaban con un banquete oficial, con menúes sofisticados, al que concurrían jugadores y, sobre todo dirigentes que con sus “parlamentos enaltecedores” exaltaban hermandades que simultáneamente encubrían las diferencias culturales que cada vez se soslayaban menos (Escobar Bavio, 1923). Algunos episodios de violencia nos sirven para ilustran la cuestión.

El 16 de julio de 1916 debió jugarse en Buenos Aires el partido entre Argentina y Uruguay por la final del primer Sudamericano, realizado en Buenos Aires. Se produjeron incidentes que desembocaron en el incendio de casi todas las instalaciones que el club de Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires (GEBA) poseía en la zona de Palermo, el escenario previsto para el partido. El interés de los aficionados, palpable desde varios días antes desbordó todas las previsiones. Una multitud, estimada en 40 mil espectadores por los diarios de entonces, superaba con creces la capacidad del escenario. Al percatarse los aficionados que no ingresarían todos los que esperaban hacerlo, comenzaron a manifestarse de modo hostil y avasallaron la escasa y “visiblemente ineficaz” acción policial. Los más exaltados, que se armaron en bandas, iniciaron focos de incendio en distintos puntos de las tribunas y al mismo tiempo arrojaron proyectiles al sector oficial, donde estaban los socios, integrantes de las familias distinguidas de Buenos Aires originándose una verdadera batalla campal.

“(El) pavoroso incendio intencional envolvió en llamas casi todas las tribunas” del campo de GEBA, hubo actos de vandalismo y se pretendió robar la recaudación, todo ante la “debilidad policial” que fue aprovechada por “el populacho”24. La prensa fue muy crítica (“no podemos dejar de hacer constar nuestras protestas, si la única institución encargada de salvaguardar los intereses de la sociedad, permanece indiferente a excesos de esta índole”25). A todo esto, en Montevideo hubo manifestaciones promovidas por la Asociación de Estudiantes porque en la capital uruguaya se creía, a partir de la información brindada por los diarios vespertinos de ese país, que los hechos de Buenos Aires eran una muestra de agresividad “contra Uruguay”. La policía repelió las marchas y al mismo tiempo montó guardia especial frente al consulado argentino.

Para la prensa argentina, el suceso del incendio de las instalaciones de GEBA significó “un agravio injusto a nuestra cultura”. El partido pudo jugarse al día siguiente –en la cancha de Racing Club, en Avellaneda- pero tras el impacto inicial y el reclamo de investigación, el interés de la prensa se diluyó y pasó a centrarse en la inminente decisión del Colegio Electoral que el 20 de julio (exactamente cuatro días después del incendio) consagró a la fórmula radical Yrigoyen-Luna que se había impuesto en las elecciones del 2 de abril de ese año en las primeras elecciones presidenciales en las que se aplicó la Ley Sáenz Peña (Ferrari, 2008: 41-43).

Años después, en 1924, Uruguay acudió al torneo de fútbol de los Juegos Olímpicos de París y terminó por ganar la medalla de oro: despertó la admiración de los europeos. Uruguay había exhibido un “virtuosismo maravilloso, que conduce a la perfección. Un fútbol hermoso, elegante, rápido, poderoso y efectivo” (Mason, 1995: 31). Era la primera vez que una selección sudamericana se presentaba en Europa26. El triunfo uruguayo causó sorpresa y también molestia en los círculos futbolísticos argentinos donde los elogios a los vecinos rioplatenses eran difíciles de tolerar. La creencia generalizada era que “como somos mejores” que Uruguay –y no sólo en lo futbolístico- se le podía ganar.

Efectivamente, eso ocurrió en Buenos Aires pocos meses después de la consagración uruguaya en París. El 28 de setiembre de 1924 una concurrencia estimada por los diarios de la época en más de 60 mil personas fue hasta la cancha del club Sportivo Barracas, en la zona sur de la Capital Federal, cuya capacidad no era ésa, precisamente. Presente el recuerdo de lo acontecido en 1916 con las instalaciones de GEBA y luego de algunos intentos frustrados de jugar el partido en condiciones “normales”27 el mismo fue pospuesto hasta el 2 de octubre, ocasión en la que se inauguró el “alambrado olímpico” para impedir invasiones de los aficionados, los que a partir de entonces quedaron separados de los jugadores. Ya no sólo se ponían de manifiesto los espacios diferenciales a partir de cuál era la tribuna desde la que se asistía al partido (si la oficial, el palco de honor, o la “general” para los sectores populares). El “recinto sagrado” incluía taxativamente el campo de juego mismo y eso marcaba otra línea divisoria, los de “adentro” y los de “afuera”, a su vez distintos entre sí28.

El partido del 2 de octubre de 1924, donde se registró la primera transmisión por radio desde una cancha de fútbol, en Argentina, de un encuentro internacional de selecciones (Lupo, 2004; Frydenberg, 2011: 143)29, fue ganado por Argentina 2-1 y finalizó con reiterados actos de violencia protagonizados por simpatizantes argentinos y los futbolistas uruguayos (aquellos les arrojaban cascotes y estos los devolvían a las tribunas). Los incidentes continuaron en la partida de los visitantes desde la Dársena Sur del puerto de Buenos Aires. El diario La Prensa se vio en la necesidad de aclarar que

“… perder un partido no significa lesionar la soberanía del país del equipo perdidoso”30.

Ese mismo año, el 2 de noviembre, Argentina y Uruguay definieron en Montevideo la Copa América, en un clima tenso y de violencia en ciernes. Al término del partido durante una discusión callejera, se produjo la muerte de Pedro H. Demby, un hincha uruguayo asesinado de un balazo por un simpatizante argentino, José Lázaro Rodríguez, que logró escapar hacia Buenos Aires con la ayuda de varios jugadores de la selección argentina, algunos de los cuales lo conocían31.

En el fútbol, para los años ’20, mientras la derecha nacionalista argentina a través de Leopoldo Lugones, Manuel Gálvez o Carlos Ibarguren, revalorizaba la figura del gaucho como representante del linaje argentino por antonomasia porque ese personaje surgido de la inmensidad de las pampas había generado el verdadero pueblo argentino en su mestizaje con los inmigrantes europeos latinos, los sentimientos de “nacionalidad” y “patriotismo” prevalecían sobre el de “caballerosidad” vigente a principios de siglo. A veces se filtraba el componente racial que estaba en la prensa pero también en el público al que iba dirigido su mensaje, en una retroalimentación continua. A nuestro juicio, los partidos de la selección nacional de fútbol fueron un escenario ideal para establecer diferencias deportivas y culturales –para algunos, hasta identitarias-, en un plano diferente y distante del de los comienzos de la actividad, lo que también dio espacio a la violencia.


A MODO DE CONCLUSIÓN INICIAL

A lo largo de este trabajo hemos pretendido poner de manifiesto la importancia que adquirió, para la conformación de un sentimiento de identidad nacional vinculado con la práctica deportiva –la futbolística en particular- la integración en 1902 de una selección argentina de fútbol, a partir de la utilización de determinada simbología, como los colores de la bandera en la camiseta del equipo nacional, en medio del proceso general de argentinización de los hijos de inmigrantes.

Con el paso de los años, no sólo se trató de saber quién jugaba en la selección, dónde había nacido, a qué club o círculo social pertenecía, sino más bien poseer una aptitud para ser futbolista, en el tránsito hacia la profesionalización total que se dio en ese deporte en especial. Al mismo tiempo creció la intervención e influencia de la prensa (primero la escrita, luego la radial) en la difusión del juego y, entre otras cosas, en la exaltación de un estilo propio de jugar al fútbol, diferenciado y superior al de otros.

Todo esto contribuyó al proceso iniciado desde el Estado, en la última parte del siglo XIX, para homogeneizar una sociedad que se había vuelto sumamente heterogénea a raíz de la inmigración masiva, cuando se hizo más notorio aún el objetivo de argentinizar a los hijos de los extranjeros que llegaban a la Argentina.

El fútbol fue, sobre todo a través de la selección nacional y apenas creada esta a comienzos del siglo pasado, un elemento más a disposición de las elites (por medio de su vinculación con la clase dirigente del fútbol) en procura de alcanzar esa meta: tender puentes para unir lo que era diverso.

Puede afirmarse que desde poco después de su creación, la selección de fútbol de Argentina se convirtió en un símbolo del nacionalismo deportivo y acompañó el proceso de argentinización de los hijos de inmigrantes a través de cambios y transformaciones que se dieron en marcos más amplios, no sólo en el ámbito deportivo. Como dijo Camus –en una de las citas que abre el presente trabajo-, la selección nacional de fútbol fue la patria.


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La Nación (varios años, 1900-1931, julio de 1977)
The Standard (varios años, 1902-1906)

Revistas

CONMEBOL (Confederación Sudamericana de Fútbol) (agosto de 2012)

El Gráfico (varios años, 1919-2013)

Myriam (octubre-noviembre 1915)


Páginas de internet

http://iffhs.de

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